Entre tanto mar de olivos y cereal de la comarca del
Guadajoz, las huertas han sido hasta el último tercio del siglo pasado, un
oasis de frutas y hortalizas en tiempos de verano. No había abono más que el
estiércol y el propio río Guadajoz que en cada crecida natural fertilizaba la
tierra de la vega.
Era también la huerta lugar de trabajo duro, de carga de
temprana de madrugada para vender en el mercado cercano, de sangre y sudor
salado como las aguas del Guadajoz. Sal de las salinas, de la tierra y del
agua, pero que da ese sabor especial a los productos de la tierra.
Con la modernización de la agricultura, el modelo de uso a
pequeña escala y familiar de la Huerta, dio paso a la gran superficie, a
cultivos industriales con mayor demanda de agua como el algodón imposible de
regar con las viejas norias y acequias. La rueda hidráulica fue sustituida por
el motor de gasoil y luego el eléctrico. Las acequias tachadas de sistemas
obsoletos de regadío desaparecieron. El agua empezó a circular a presión y a
toda velocidad como los tiempos modernos, y de tanto correr, acabó con el río y
los pozos. La huerta fue perdiendo imaginación en la medida que los hortelanos
se hicieron viejos, y repudiada por la juventud ansiosa de ganar dinero con el
palaustre y el andamio en Marbella y la capital. La huerta se quedó sin verde,
sin cantos de pájaros y sin gente, vacía de contenidos y continente y se ahogó
entre tanto mar de olivos.
Sin embargo de la cooperación de un grupo de jóvenes
hortelanos, hijos y nietos de aquellos que mantuvieron el legado de los
primeros huertos romanos y las huertas de al-Andalus, la huerta surge de nuevo
como una alternativa de desarrollo local. No se trata de volver a la carga y a
la venta ambulante del pasado, pero sí de recuperar variedades y sabores
perdidos que en cantidad nada tienen que hacer frente al volumen de producción
del invernadero de plástico y producto artificial, pero que en calidad,
historia y patrimonio, o lo que es lo mismo, valor añadido, ganan posición en
un mercado cada vez más exigente.
Y con el producto de calidad, los nuevas técnicas de
mercado, la venta on line, la distribución directa de la huerta al consumidor,
y lo que es mejor, el propio consumidor que selecciona y disfruta en la propia
huerta del tomate arrugado, del pimiento verde, o del rojo asado con leña en el
fogón de la casilla. Sabores únicos y experiencia vivida como alternativa al
consumo de productos esterilizados bajo frio y química de grandes producciones
y vacios de sabor y contenido.
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